Sebastião Pinheiro*
Bernardo Zentilli, gran amigo de Chile envió, y mismo sin
autorizacion de los proprietários encamino el correo hacia los amigos. Es
importante leerlo.
La degradación de la
lengua es una herramienta que permite esconder la realidad. Así, un delito se
transforma en un "error", la tortura en "apremios
ilegítimos" y el tráfico de influencias en "lobby". La Economía
es el dominio de predilección de la cháchara incomprensible, aunque no el
único. Políticos, economistas, empresarios, periodistas y académicos colaboran
en esta vasta empresa (es el término que corresponde) de manipulación. Luis
Casado se hace un placer en desnudarla...
"El lunfardo de
los rufianes", escribe Luis Casado 2016 Politika | diarioelect.politika@gmail.com
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El problema con los
idiomas es que hay tantas versiones. En el castellano –que ahora llaman
“español”– cada país tiene la suya. Y en francés, para qué te cuento: ya en la
Edad Media François Villon escribía en un francés incipiente mezclado con
dialectos regionales e incrustaciones de la lengua de los rufianes, los
coquillards. En París, si no conoces el argot estás perdido.
Los porteños, en
Argentina, tienen su lunfardo. En Londres o en New York tienes que masticar el
slang. En Alemania, según estés en Berlín o en Leipzig, las palabras no
significan lo mismo y para más inri se pronuncian en modo muy diferente. Una de
las diferencias más notables es la que constaté en el archipiélago de Canarias:
lo que en Gran Canaria es conocido como “un desgraciadito”, en Tenerife, la
isla de al lado, se llama “un cortado maricón”. Los traductores lo tienen
crudo.
Sin embargo, los
campeones de la jerga incomprensible son los economistas. Poco importa en qué idioma
hablen, lo esencial es que tú no entiendas nada. Esa incomprensión es el zócalo
de su supuesta “experticia”, el aura que rodea su inconmensurable superioridad
de cara al boludito pretendidamente ignorante.
No hace mucho, un
semanario financiero europeo publicó una nota –evocando un grave problema– en
la que se leía lo siguiente:
“En el curso de tres olas de distensión de las tasas largas
de agosto y septiembre últimos, los mercados no podían seguir la aceleración de
los papeles de Estado del núcleo europeo, y los spreads papeles privados contra
benchmarks gubernamentales Francia o Alemania aumentaban”.
Si no entendiste nada no te inquietes: era el propósito del
que escribió el artículo. Lo hacen de adrede. ¿Porqué era grave el tema?
Misterio: la nota no dice nada al respecto.
Si te las das de
enterao, y haces como si hubieses comprendido, es aún peor. Alain Greenspan,
que fue presidente de la FED –el banco central del imperio– durante 18 años, y
era conocido en el amplio mundillo de los lameculos como The Economist (o sea
el más grande, el único), solía decir al fin de sus comparecencias ante la
prensa: “Si me han comprendido es que debo haberme expresado mal”.
Y agregaba: “Ya sé que Uds. entienden lo que piensan que yo
dije, pero no estoy seguro de que se den cuenta que lo que oyeron no es lo que
quise decir”.
En la segunda edición de sus memorias, tituladas “La Era de
las Turbulencias”, publicada a principios del año 2008, tuvo que agregar un
capítulo para justificarse y pedir excusas por el más grande desastre
financiero, económico y social del último siglo, del que él mismo fue uno de
los principales responsables.
No sorprende
viniendo de un tipo una de cuyas tareas esenciales consistía en fijar las tasas
de interés planetarias, que aseguraba no entender nada de las tasas de interés.
Estupefacto al constatar que las tasas a largo plazo subían cuando la teoría
mandaba que bajasen, y bajaban cuando debían subir, terminó por confesar que
para él las tasas de interés eran un “conundrum”, o sea un enigma.
Ahora bien, si los
gerentes del FMI se caracterizan por ser unos rufianes que suelen terminar en
manos de la justicia (Rodrigo Rato por estafa y blanqueo de capitales,
Dominique Strauss-Kahn por proxenetismo en banda organizada y por violación,
Christine Lagarde por fraude al fisco…), los presidentes de la FED se parecen
en que hablan un charabia, un volapuk, un guirigay, un galimatías, una
jerigonza que no entienden ni ellos.
Recientemente, Janet
Yellen, que sucedió en la presidencia de la FED al inenarrable Ben Bernanke
(que acaba de publicar sus memorias…), se rajó con unas declaraciones que
merecen un análisis gramatical. Inquieta por haberla cagado subiendo las tasas
de interés sin ninguna razón valedera, y constatando que la inflación
desapareció en combate, la pobre Yellen perdió hasta su sintaxis:
“Así que quiero aclarar que nuestro objetivo en materia de
inflación es un dos por ciento y estamos proyectando un regreso al dos por
ciento, y no estamos intentando diseñar un exceso de inflación, no para
compensar excesos pasados, así que dos por ciento es nuestro objetivo. Pero es
un objetivo simétrico, y ciertamente no buscamos exceder nuestro objetivo. Pero
algunos déficits y excesos forman parte del modo en que opera la economía y
nuestra tolerancia hacia ellos es simétrica con relación a los déficits y a los
excesos.”
¿Entendiste algo? Yo tampoco.
Lo importante es comprender que la “ciencia
económica” está ahí para consagrar el sistema imperante, que la inmensa mayoría
de los economistas no conocen ni el pato del silabario, pero saben muy bien
dónde cobrar por servir de canónigos de la palabra revelada.
El uso de una jerga en plan vesré, coa o
lunfardo, slang, argot opatois coquillard, tiene el mismo propósito que entre
los malandrines y las cofradías encerradas en sí mismas: que el otro no
entienda.
Los políticos, los empresarios, la prensa y
la TV contribuyen a su modo a la incomprensión del mundo en que vivimos
degradando la calidad del idioma, sustrayendo el contenido semántico de las
palabras como sustraen haberes que no les pertenecen, imponiendo barbarismos
sin sentido, abusando del eufemismo con la misma frecuencia con la que abusan
del personal.
Durante años en Chile no hubo corrupción
porque la organizaciónTransparency International (TI) no la veía, no quiso
verla, no podía verla. Lógico: en el capítulo chileno de TI estaban los
cartelizados de las farmacias.
Ahora, su presidente, Gonzalo Delaveau Swett,
renuncia ante las revelaciones de los “Panama papers” que lo vinculan a
tráficos más que delincuenciales. Un “error” diría Bachelet, usando la lengua
de los coquillards.
Por su parte, el directorio de Chile
Transparente, con una frescura de esfínter que vale su peso en oro, declaró:
"valoramos este gesto de Gonzalo Delaveau, que permite despejar cualquier
duda respecto a la labor del capítulo chileno de Transparencia Internacional…”
Ya ves,
el lunfardo de los rufianes tiene un futuro esplendoroso…
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*Escritor, engenheiro agrônomo e florestal e ambientalista
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