Una denuncia del trabajo esclavo ocurrida a finales de febrero, en el municipio gaucho de Caxias do Sul, al sur de Brasil, aún resuena a nivel nacional e internacional, produciendo indignación, investigaciones, castigos y debates en todo el país.
La denuncia de los trabajadores salió a la luz luego de la huida de tres trabajadores de Bahía, víctimas de condiciones infrahumanas, que lograron escapar del alojamiento en el que se encontraban y buscar ayuda de la Policía Federal de Carreteras en el municipio vecino. Ante el incidente, la Policía Federal movilizó un grupo de trabajo, que rescató a más de doscientos trabajadores más que laboraban en la viña.
Las imágenes, rápidamente reflejadas en los medios, muestran la promiscuidad de los lugares donde los trabajadores dormían y hacían sus necesidades, sin las mínimas condiciones de higiene, salud y dignidad.
Además, estos trabajadores fueron condicionados a contraer deudas desproporcionadas a sus salarios. Según testimonios, los trabajadores también sufrieron presiones psicológicas, golpes y descargas eléctricas. El episodio ha dado lugar a investigaciones y denuncias más profundas y afecta a varios sectores involucrados en la cadena vitivinícola del sur.
Además de multas y perjuicios para las tres bodegas que venden la producción de estos trabajadores, este episodio tiende a generar impactos significativos en la economía estatal y ya tiene repercusiones en la imagen del sector vitivinícola brasileño en su conjunto.
Desafortunadamente, este caso no es, en sí mismo, completamente nuevo en la historia de las relaciones laborales en Brasil, el último país en acabar con la esclavitud en las Américas. No aislado. Según datos del Ministerio de Trabajo y Empleo de Brasil, difundidos por la ONG Repórter Social, el país encontró 2.575 personas en situación análoga a la esclavitud en 2022, la cifra más alta desde los 2.808 trabajadores en 2013.
En el contexto de las nuevas posibilidades de comunicación de hoy, un caso como este debe ser observado con atención, especialmente en términos de comportamiento del consumidor en relación con los productos que compra.
La identificación del consumidor con el alimento que consume y las condiciones de producción de este producto son cada vez más estrechas. En esta relación interfieren factores que van mucho más allá de la atención a la calidad del producto en sí, extendiéndose a aspectos laborales, sanitarios, ambientales y culturales de la mano de obra involucrada en su relación con una determinada cadena alimentaria.
El despertar de nuevas sensibilidades en la relación con la naturaleza y la cultura hace que los seres humanos estén más atentos al consumo responsable, bajo una conciencia y una ética que van más allá de la mera relación comercial.
En el contexto de un mundo globalizado, no sólo los bienes y sus mercados crean rápidos niveles de interacción e intercambio, sino también los seres humanos involucrados en ellos, a pesar de lo que muchos empresarios insisten en ignorar.
El espectro de representación de intereses atraviesa el nivel institucional, movilizando redes civiles y movimientos sociales, especialmente los vinculados a la producción agropecuaria, que se expandieron rápidamente por regiones y continentes.
Por eso, el productor agrícola y ganadero del siglo XXI debe estar atento al mundo, ser consciente de que su producto no sólo lo sustenta, está inserto en una cadena productiva, sino que involucra cadenas de vidas y culturas.
Como ya apuntaba proféticamente el inolvidable educador Paulo Freire, pedagogo que sigue siendo un referente en la educación de los trabajadores agrícolas: “No basta saber leer que 'Eva vio la uva'. Hay que entender qué posición ocupa Eva en su contexto social, quién trabaja para producir la uva y quién se beneficia de ese trabajo”.
*Artigo enviado para publicação à Revista Union, da UGT, em 09.3.2023, e aos jornais La Tribuna de Alba e Diário La Tribuna, em 03.3.2023, todos sem retorno até o momento desta edição.
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